Exiting the Vampire's Castle / Saliendo del Castillo de Vampiros. Por Mark Fisher.
https://grahamlinehan.substack.com/p/exiting-the-vampires-castle
Esto es extraordinario. Tenía razones para desenterrar el ensayo de Mark Fisher sobre los peligros de la política identitaria reemplazando a la clase como un enfoque para la izquierda —incluso en 2013, cuando fue escrito, el acoso que vino con el wokeismo fue evidente — y adivina quién es la primera persona mencionada, y de forma positiva. Así es, pequeño Owen Jones. La ironía es algo más. En los siguientes 10 años, Jones pasó a ser emblema de la izquierda privilegiada, elitista, autoritaria e identitaria. No sólo Squealer, después del lechón propagandístico de Orwell, sino que también O'Brien. Un propagandista y un sicario, lo que Fisher nos previene en este importante ensayo (si bien demasiado largo en la manera moderna de la era de Internet).
Volvamos al 2013, cuando Fisher acertó sobre casi todo sobre nuestro momento actual.
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Escrito por el desaparecido Mark Fisher.
Este verano, consideré en serio retirarme de cualquier implicación en política. Agotado por el exceso de trabajo, incapacitado para la actividad productiva, me encontré vagando por las redes sociales sintiendo mi depresión y el cansancio creciendo. El Twitter "izquierdista" a menudo puede ser una zona miserable y deprimente. A comienzos de este año, hubo algunas notorias “tormentas tuiteras” en la que personajes singulares que se identificaban con la izquierda fueron “denunciadas” y condenadas.
Lo que estos personajes habían dicho era, en algunas ocasiones, cuestionable; y sin embargo, la forma en la que fueron directamente vilipendiados y perseguidos dejó un horrible residuo: el tufo a conciencia sucia y moralismo de caza de brujas.
La razón por la que no me pronuncié en ninguno de estos episodios, estoy abochornado de decirlo, era el miedo. Los matones estaban en otra parte del patio de recreo. No quise atraer su atención hasta mí. La descubierta ferocidad de de estos intercambios fueron acompañados de algo más persistente, y por esa razón quizás más extenuante: una atmósfera de resquemor sarcástico.
La mayoría de las quejas se referían a Owen Jones, y los ataques a Jones – la persona responsable elevando la conciencia de clase en el Reino Unido en los últimos años – fueron una de las razones por las que estuve tan desanimado. Si esto sucede con un izquierdista que, de facto, está logrando llevar la lucha al terreno central de la vida británica, ¿por qué alguien querría seguirlo en la corriente dominante? ¿Es la única forma de evitar este goteo de abuso el mantenerse en una posición de impotente marginalidad?
Una de las cosas que me liberó de este depresivo letargo fue asistir a la Asamblea del Pueblo en Ipswich, cerca de donde vivo. La Asamblea del Pueblo suscitó las usuales burlas y sarcasmo.
Esta era, nos dijeron, un truco inútil en que medios de comunicación izquierdistas, incluido Jones, fanfarroneaban en una exhibición de la piramidal cultura de celebrities. Lo que en realidad ocurría en la Asamblea en Ipswich era muy diferente a esa caricatura.
La primera parte de la noche – culminando en un apasionado discurso de Owen Jones – sin lugar a dudas fue liderada por los oradores de la mesa principal. Pero la segunda parte de la reunión mostró a activistas de la clase obrera de todo Suffolk hablando entre ellos, apoyándose, intercambiando experiencias y estrategias. Lejos de ser otro ejemplo de izquierdismo jerárquizado, para la Asamblea del Pueblo era un ejemplo de cómo l
o vertical puede ser combinado con lo horizontal; el poder mediático y carisma podría atraer a la gente que con anterioridad no habían estado en una reunión política, donde pudiesen charlar y curtirse con activistas experimentados.
El ambiente fue antirracista y antisexista pero gratamente desprovisto de la sensación paralizante de culpa y suspicacia que pendía sobre el twitter de izquierdas, como una neblina asfixiante y amarga. Por otro lado, estaba Russell Brand. He sido admirador de Brand desde hace mucho tiempo – uno de los pocos comediantes de renombre del panorama actual con origen en la clase obrera. En los últimos años ha habido un gradual aburguesamiento de la implacable comedia televisiva con el bobalicón papanatas Michael McIntyre y una lúgubre llovizna de oportunistas recién graduados dominando el escenario.
Un día antes de la ahora famosa entrevista de Brand con Jeremy Paxman que fuera retransmitida en Newsnight, había visto su monólogo de “The Messiah Complex” (“El Complejo del Mesías”) en Ipswich. El show era atrevidamente pro-inmigración, pro-comunista, anti-homófobo empapado con la inteligencia de la clase obrera y sin miedo a enseñarla, y queer en la forma en la que la cultura popular solía serlo (es decir, nada que ver con la amarga piedad identitaria que nos imponen los moralistas de la “izquierda” postestructuralista).
Malcolm X, el Che, la política como un desmantelamiento psicodélico de realidad existente: esto era el comunismo como algo guay, atractivo y proletario, en vez de un sermón acusador. A la noche siguiente estaba claro que la aparición de Brand había generado momentos de escisión. Para algunos de nosotros el derribo retórico que Brand hizo a Paxman era profundamente emotivo, milagroso; no puedo recordar la última vez que a una persona cuyo origen social era la clase obrera le habían dado espacio para destruir de manera tan extraordinariamente a uno de "clase superior" usando la inteligencia y la razón. Este no era Johnny Rotten maldiciendo a Bill Grundy – un acto de antagonismo confirmado en vez de ser desafiado por los estereotipos clasistas.
Brand ha sido más listo que Paxman – y el uso del humor era lo que había separado a Brand de lo rancio de tanto "izquierdismo". Brand hacía que las personas se sintieran bien; mientras que la izquierda moralista se especializa en hacer sentir mal a la gente, y no están contentos hasta que sus cabezas están encorvadas por la culpa y el autodesprecio.
La izquierda moralizante de inmediato se aseguró de que la historia no fuera sobre la extraordinaria brecha de Brand de las débiles convenciones del “debate” en los principales medios de comunicación, ni sobre su afirmación de que la revolución iba a pasar (esto último sólo pudo ser interpretado por la “izquierda” carroñera pequeño burguesa narcisista como que Brand dijera que él quería liderar la revolución –algo a lo que respondieron con el típico resentimiento: ‘no necesito un advenedizo famosete para guiarme'). Para los moralistas el relato dominante iba a ser sobre el comportamiento de Brand - en particular sobre su sexismo.
En el febril ambiente Macartista cocido por la izquierda moralista, los comentarios que estallaban como sexistas significaban que Brand era una sexista, lo que además refería que Brand era un misógino. Corto y preciso, acabado, condenado.
Es cierto que Brand, como cualquiera de nosotros, debería responder por su comportamiento y por el lenguaje que usa. Pero tal cuestionamiento debería darse en un ambiente de camaradería y solidaridad, y puede que, en primer lugar, no en público – aunque cuando Brand fue cuestionado por sexismo por Mehdi Hasan, él mostró exactamente el tipo de jovial humildad ausente en las caras petrificadas de quienes lo juzgaban: “No creo que sea sexista pero recuerdo a mi abuela, el ser más adorable que he conocido, que era racista, y no creo que ella lo supiera. No sé si tengo alguna resaca cultural, sé que tengo un gran amor por el lenguaje proletario, palabras como “cariño” o “pajarito” así que si las mujeres creen que soy sexista pues ellas están en una mejor posición para juzgarme que yo mismo, así que me esforzaré en ello.”
La intervención de Brand no fue una apuesta para asumir el liderazgo; fue una inspiración, un llamado a las armas. Y, por mi parte, fui inspirado. Donde hace unos meses me habría quedado callado mientras los pijos moralistas izquierdistas sujetaban a Brand en su tribunal irregular y de escarnio – con "pruebas" por lo general recogidas de la prensa derechista siempre dispuesta a echar una mano –esta vez estaba preparado para enfrentarlos. La respuesta a Brand enseguida se volvió tan significante como la misma entrevista con Paxman.
Como indicó Laura Oldfield Ford, este fue un momento revelador. Y una de las cosas que me esclareció fue la forma en la que, en años pasados, mucha de la autodenominada de “izquierdas” suprimió la cuestión de clase social. La conciencia de clase es frágil y fugaz.
La pequeña burguesía que domina la academia y la industria cultural tiene todo tipo de sutiles desviaciones y precauciones que evita que el tema que se avecina y, entonces, si sale a la luz, le hacen a uno pensar que es de una terrible impertinencia, una falta de etiqueta, para conseguirlo.
Por años he estado hablando de eventos de izquierda, anticapitalistas, pero en contadas ocasiones he hablado – o se me ha pedido hablar - sobre la clase en público. Pero, una vez la clase había reaparecido, era imposible no verla en todos lados en la respuesta al affaire Brand. Brand fue al instante juzgado y/o cuestionado por al menos tres individuos de izquierda de colegios privados. Otros nos dijeron que Brand no podía ser realmente de clase obrera porque era un millonario. Es alarmante cuántos “izquierdistas” parecían estar en esencia de acuerdo con la deriva detrás de la pregunta de Paxman: “¿qué le da a esta persona de clase obrera la autoridad para hablar?”.
También es alarmante, angustioso de hecho, que parezcan creer que la clase obrera debería seguir viviendo en la pobreza, oscuridad e impotencia para que no pierdan su “autenticidad”.
Alguien me pasó una publicación escrita sobre Brand en Facebook. No sé quien es el individuo que la escribió, y no querría dar el nombre. Lo que es importante es que la publicación era sintomática de una serie de actitud snob y condescendiente que, según parece, está bien exhibir cuando aún uno se autonombra de izquierdas. Todo el tono era terriblemente prepotente, como si fuesen maestrillos evaluando la tarea de un niño o un psiquiatra examinando a un paciente. Brand es, al parecer, "claramente muy inestable… una mala relación o una crisis en su carrera lo separan de volver a caer en la adición a las drogas o algo peor.” Aunque la gente afirma que, lo cierto, "les gusta bastante [Brand]”, quizás nunca se les hubiera ocurrido que Brand pudiese ser “inestable” solo por esta suertuda “valoración” condescendiente y de imitación trascendental de la “izquierda” burguesa.
También hay un lado chocante pero revelador donde el individuo casualmente se refiere a la “débil educación [y] los frecuentes lapsus vocales acompañados de características muecas de dolor de los autodidactas” – con los que este individuo decía generosamente “no tengo ningún problema con ello” – ¡Qué bueno por su parte! Este no es un burócrata colonial escribiendo sobre sus intentos de enseñar a algunos “nativos” el lenguaje inglés en el siglo XIX o un director victoriano de alguna escuela privada, es un “izquierdista” escribiendo hace unas semanas.
¿A dónde ir desde aquí?
En primer lugar, es necesario identificar las características de los discursos y deseos que nos han llevado a este paso sombrío y desmoralizador donde la clase ha desaparecido pero el moralismo está en todas partes, donde la solidaridad es imposible pero la culpa y el miedo son omnipresentes – y no a causa de estemos aterrorizados por la derecha, sino porque hemos permitido que modos de subjetividad burguesa contaminen nuestro movimiento.
Creo que hay dos configuraciones discursivo-libidinales que han provocado esta situación. Se llaman a sí mismos de izquierda pero – como dejó en claro el episodio con Brand – son en muchos sentidos un signo de que la izquierda – definida como un agente en la lucha de clases – casi ha desaparecido.
Dentro del Castillo del Vampiro (CV).
La primera configuración es lo que vine a llamar el “Castillo del Vampiro”.
El Castillo del Vampiro se especializa en propagar culpa. Se ve impulsado por un deseo pastoral de excomulgar y condenar, un deseo académico pedante de ser el primero que sea visto detectando un error y un deseo hípster de ser uno de los peces gordos.
El peligro de atacar el Castillo del Vampiro es que puede parecer como si – y hará cualquier cosa para reforzar esta idea – uno también está atacando las luchas contra el racismo, sexismo, heterosexismo. Pero lejos de ser la única expresión legítima de tales luchas, el Castillo del Vampiro se entiende mejor como una perversión burguesa-liberal y una apropiación de la energía de estos movimientos.
El Castillo del Vampiro nació en el momento en que la lucha por no definirse bajo categorías identitarias se convirtió en la búsqueda de tener 'identidades' reconocidas por otros buenos burgueses.
El privilegio que ciertamente disfruto como hombre blanco en parte consiste en mi no conciencia de mi raza y mi sexo, y es una experiencia solemne y reveladora para raras veces darme cuenta de estos puntos ciegos. Pero, en vez de lograr un mundo en el que todos alcancen la liberación frente a la clasificación identitaria, el Castillo del Vampiro busca acorralar a la gente en campos identitarios en los que siempre son definidas en términos fijados por la potencia dominante, lisiadas por la autoconciencia y aisladas por una lógica de solipsismo que insiste en que no podemos entendernos los unos a los otros a menos que seamos del mismo grupo identitario.
He notado un mecanismo mágico y fascinante de inversión de la proyección-repudio en el que la mera mención de clase ahora es automáticamente asumida como si uno estuviese tratando de degradar la importancia de la raza y el sexo.
De hecho, el caso es justo lo opuesto, en tanto el Castillo del Vampiro usa un entendimiento liberal de la raza y el sexo que es en última instancia para confundir la clase. En todas estas absurdas y traumáticas “tormentas tuiteras” sobre el privilegio a principios de este año, fue visible el hecho de que la discusión sobre el privilegio de clase estuvo del todo ausente. La tarea, como siempre, se mantiene en la articulación de clase, sexo y raza – pero el movimiento fundacional del Castillo del Vampiro es la des-articulación del eje de clase de los otros ejes. EI problema que el Castillo del Vampiro trataba de solventar era este:
¿Cómo tener una inmensa riqueza y poder al mismo tiempo que apareces como una víctima, marginal y opositora? La solución ya estaba allí – en la Iglesia Cristiana. De ahí que el CV ha recurridos todas las estrategias infernales, patologícos y psicológicos instrumentos de tortura que el Cristianismo inventó, y que Nietzsche describió en La genealogía de la moral. El clero de la conciencia sucia, este nido de monaguillos propagadores de la culpa, es justo lo que Nietzsche predijo cuando señaló que algo peor que el Cristianismo ya estaba en camino. Y ahora, aquí está…
El Castillo del Vampiro se alimenta de la energía, la ansiedad y vulnerabilidad de jóvenes estudiantes pero más que nada vive de convertir el sufrimiento de ciertos grupos – mientras más “marginales” mejor – en capital académica. Las figuras más elogiadas en el Castillo del Vampiro son aquellos que detectado un nuevo mercado del sufrimiento – aquellos que pueden encontrar un grupo más oprimido y subyugado que cualquier otro previamente explotado se encontrarán a sí mismos ascendidos a través de las filas muy rápido.
La primera ley del Castillo del Vampiro es: individualizar y privatizar todo. Mientras que en teoría afirma estar a favor de la crítica estructural, en la práctica nunca se enfoca en algo excepto en el individualismo. Algunos de estos tipos de la clase obrera no están muy bien educados, y a veces pueden ser muy maleducados.
Recuerda: condenar a los individuos es siempre más importante que prestar atención a las estructuras impersonales. La clase actual dominante propaga ideologías de individualismo, en tanto que se tiende a actuar como una clase (mucho de lo que llamamos “conspiraciones” son la clase dominante mostrando solidaridad de clase).
El CV, como inocentones siervos de la clase dominante, hace lo opuesto: cara a la galería habla de “solidaridad” y “colectividad” al tiempo que siempre actúa como si las categorías individualistas impuestas por el poder de verdad aguantaran. Puesto que, en esencia, son pequeños burgueses, los miembros del Castillo del Vampiro son intensamente competitivos, pero esta se reprime en el típico modo pasivo agresivo burgués. Lo que los mantiene unidos no es la solidaridad, más bien el miedo mutuo – el miedo de ser ellos los próximos en ser rechazados, expuestos, condenados.
La segunda ley del Castillo del Vampiro es: haz que las ideas y las acciones parezcan muy, muy difíciles. No debe haber claridad y desde luego tampoco humor. El humor, por definición, no es serio, ¿no? Pensar es trabajo duro para gente con voces remilgadas y ceños fruncidos.
Donde haya confianza, siembra escepticismo. Di: no te precipites, tenemos que pensar más a fondo en esto. Recuerda: tener convicciones es opresivo y podría llevarnos a gulags.
La tercera ley del Castillo del Vampiro es: propaga tanta culpa como puedas. Mientras más culpa, mejor. La gente debe sentirse mal: es una señal de que entienden la gravedad de las cosas. Está bien tener privilegios de clase si te sientes culpable sobre el privilegio y haces a otros, en una posición de clase subordinada a la tuya, sentirse también culpables. También ayudas a hacer algo bueno para los pobres, ¿verdad?
La cuarta ley del Castillo del Vampiro es: esencializar. En tanto que la fluidez de la identidad, pluralidad y multiplicidad son siempre afirmadas en defensa de los miembros del CV – parcialmente para cubrir su propio trasfondo adinerado, privilegiado o de asimilación burgués – el enemigo siempre debe ser esencializado.
Visto que los deseos que animan al CV son en gran medida los deseos de los sacerdotes de excomulgar y condenar, tiene que haber una fuerte distinción entre el Bien y el Mal, con el último esencializado. Nótese la táctica. X ha hecho un comentario/ se ha comportado de una forma concreta –estos comentarios/ este comportamiento podría ser interpretado como transfóbico/ sexista, etc. Hasta aquí, OK. Pero es el siguiente movimiento el que es truco. X luego es tomado como transfóbo/ sexista, etc. Toda su identidad acaba definiéndose por un solo imprudente comentario o un desliz en su comportamiento.
Una vez que el CV tiene su la caza de brujas, la víctima (con frecuencia de clase obrera, y no familiarizado con la etiqueta y modos pasivo agresiva de la burguesía) puede ser azuzada hasta perder sus cabales, reafirmando así su posición como paria y, por último, pasando a ser consumido en una comida frenética.
La quinta ley del Castillo del Vampiro: piensa como un liberal (ya que eres uno).
El trabajo del CV, una y otra vez avivar la indignación reactiva consiste en señalar sin cesar lo llamativamente obvio: el capital se comporta como el capital (¡eso no es muy agradable!), los aparatos represivos del estado son represivos, ¡debemos protestar! La neo-anarquía en Reino Unido.
La segunda formación libidinal es la neoanarquía. Por neoanarquistas no hay duda que no me refiero a los anarquistas o sindicalistas involucrados en la organización real de trabajo, tal como la Solidarity Federation (Federación de la Solidaridad). Me refiero, en cambio, a aquellos que se identifican como anarquistas pero cuyo empeño en la política se extiende poco más allá de protestas estudiantiles y laborales, y pronunciarse en twitter.
Como los moradores del Castillo del Vampiro, los neoanarquistas a menudo proceden de un contexto pequeñoburgués, si es que no de alguna parte con mayores privilegios de clase. Son también llamativamente jóvenes: en sus veintes o, máximo, a principios de los 30, y lo que anuncia su posición neoanarquista es un limitado horizonte histórico: los neoanarquistas no han experimentado nada que no sea el realismo capitalista. Para el momento en que los neoanarquistas habían asumido su conciencia política – y muchos de ellos la han hecho recién de manera llamativa, dado el alto nivel de fantasmada que muestran algunas veces – el Partido Laborista se había vuelto una carcasa Blairista implementando políticas neoliberales con una pequeña dosis de justicia social.
Pero el problema con el neoanarquismo es que temerariamente refleja este momento histórico antes que ofrecer algún modo escape de él. Olvida, o quizás de veras no es consciente, el rol del Partido Laborista en la nacionalización de las principales industrias y servicios públicos o en la fundación del Servicio de Salud Nacional. Los neoanarquistas asegurarán que “la política parlamentaria nunca cambió nada” o que “el Partido Laborista siempre fue inútil” mientras acuden a protestas por el Sistema Nacional de Salud o retuitean quejas sobre el desmantelamiento de los restos del estado de bienestar.
Aquí hay una extraña regla implícita: está bien protestar en contra de lo que el parlamento ha hecho, pero no está bien ingresar al parlamento o a los medios con el fin de crear el cambio desde allí. Los principales medios de comunicación deben ser menospreciados pero debemos ver la BBC, Question Time y quejarnos de esto en twitter.
El purismo invade al fatalismo, mejor no estar en absoluto tentado por la corrupción del mainstream, mejor “resistir” en balde que arriesgarse a ensuciarte las manos. No es sorprendente, entonces, que tantos neoanarquistas terminen dando la impresión de estar deprimidos. Esta depresión es sin duda reforzada por la ansiedad de la vida del postgraduado, empero como el Castillo del Vampiro, el neoanarquismo encuentra su hábitat en las universidades y es por lo común difundido por aquellos que preparan sus postgrados o aquellos que hace poco se han graduado.
¿Qué hacer? ¿Por qué estas dos configuraciones han aflorado?
La primera razón es que han prosperado porque el capital les ha permitido hacerlo puesto que sirve a sus intereses. El capital sometió a la clase trabajadora organizada al descomponer la conciencia de clase, al despiadadamente subyugar a los sindicatos al tiempo en que seducían a las “familias trabajadoras” para que se identificaran con sus propios muy precisos intereses en vez de los intereses de la amplia clase; ¿pero por qué le preocuparía al capital una “izquierda” que reemplace la política de clase con un individualismo moralista, y que lejos de construir solidaridad propaga miedo e inseguridad?
La segunda razón es lo que Jodi Dean ha llamado “capitalismo comunicativo”. Puede haber sido posible ignorar el Castillo del Vampiro y a los neoanarquistas si no fuese por el ciberespacio capitalista.
El devoto moralismo del CV ha sido una característica de cierta “izquierda” por muchos años – pero, si uno no era parte de esa singular iglesia, sus sermones podían ser esquivados. Las redes sociales implican que ya no sea el caso y hay poca protección frente a la patología psíquica propagandística de estos discursos. ¿Entonces ahora qué podemos hacer? Lo primero de todo, es imperativo rechazar el identitarianismo y reconocer que no hay identidades, solo deseos, intereses e identificaciones.
Parte de la importancia del proyecto británico de los estudios culturales – como lo ha revelado poderosa y emotivamente el estacionamiento The Unfinished Conversation (La conversación inconclusa) de John Akomfrah (en la actualidad en Tate Britain) y su filme The Stuart Hall Project – se trataba de resistir al esencialismo identitario. En vez de inmovilizar a las personas en cadenas de equivalencia ya existentes, la cuestión era tratar cualquier articulación como provisional y plástica. Nuevas articulaciones siempre pueden ser creadas.
Nadie es esencialmente “algo”. Tristemente, la derecha actúa sobe esta cuestión de manera más efectiva que lo hace la izquierda. La izquierda burguesa-identitaria sabe cómo propagar la culpa y manejar una caza de brujas pero no sabe cómo tener conversos.
Pero eso, después de todo, no es la cuestión. El objetivo no es popularizar una posición izquierdista o ganar a alguien para la causa, sino mantenerse en una posición de supuesta superioridad, pero ahora con superioridad de clase redoblada por la superioridad moral también.
“¿Cómo te atreves a hablar? ¡Somos nosotros los que hablamos por los que sufren!”. Pero el rechazo al identitario mismo sólo puede ser logrado por medio de la reafirmación de clase. Una izquierda que no tiene a la clase como núcleo tan sólo puede ser considerada como un grupo de presión liberal.
La conciencia de clase siempre es doble: involucra una simultánea sabiduría de la particular posición que ocupamos en la estructura de clase. Debe recordarse que el objetivo de nuestra lucha no es el reconocimiento por parte de la burguesía, ni siquiera la destrucción de la burguesía en sí misma. Es la estructura de clase – una estructura que hiere a todos, incluso a quienes se benefician materialmente de ella – que debe ser destruida.
Los intereses de la clase trabajadora son los intereses de todos; los intereses de la burguesía son los intereses del capital, que son los intereses de nadie. Nuestra lucha debe dirigirse a la construcción de un nuevo y sorprendente mundo, no a la preservación de identidades forjadas y distorsionadas por el capital.
Si nos resulta una tarea severa y desalentadora, lo es. Pero ahora mismo podemos empezar a comprometernos en muchas actividades prefigurativas. De hecho, tales actividades irían más allá de la prefiguración – podrían empezar un círculo vicioso, una profecía autocumplida en la que los modos de subjetividad burgueses fueran desmantelados y una nueva universalidad se empiece a construir a sí misma.
Necesitamos aprender, o reaprender, cómo construir camaradería y solidaridad en vez de hacerle el trabajo al capital al condenamos y maltratamos entre nosotros. Esto no significa, por supuesto, que siempre debemos estar de acuerdo – al contrario debemos crear las condiciones en donde el desacuerdo pueda tener espacio sin miedo a la exclusión o excomulgación.
Necesitamos pensar muy estratégicamente cuál será el uso de las redes sociales – a cada paso recordando que, a pesar del igualitarismo de las redes reclamado por los libidinosos ingenieros del capital, es hasta la fecha un territorio enemigo dedicado a la reproducción del capital. Pero esto no significa que no podamos ocupar el territorio y empezar a usarlo con fines de crear conciencia de clase.
Debemos romper con el “debate” propuesto por el capitalismo comunicativo en el que el capital está engatusándonos sin parar para participar y recordar que estamos implicados en una lucha de clase. La meta no es "ser" un activista sino ayudar a la clase obrera a activarse – y transformarse.– Fuera del Castillo del Vampiro, cualquier cosa es posible.
Wokeismo, woke aka posmolerdos https://elagoradiario.com/sociologia/generacion-woke-fanaticos-de-un-nuevo-puritanismo/
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