Hay un apunte que se me olvidó decir con esta periodista que estamos siguiendo en el tiempo desde 2014 a hoy, porque en 2022 la llaman térfida. Ella insistía una y otra vez y otra y otra en citarnos a las mujeres como “mujeres cisgénero”, pues no me lo correspondo, que no lo llevo a la traducción, me niego en rotundo a esta inexistente palabra maquinada que nos cosifica a las mujeres y nos encuadra en la opresión en su afán de plasmar falsas clases de mujeres para circunscribir a empujones a los hombres; por un lado, nosotras por haber nacido mujeres, y, por el otro, los hombres que se identifican mujeres, estos que se autoperciben mujer porque se relamen en el sexismo, lo que es nuestra opresión por la diferencia sexual en la socialización de uno y otro sexo.
https://slate.com/human-interest/2016/05/anti-trans-conservatives-borrow-left-wing-rhetoric.html
“When They Say No, People Won’t Listen.” How anti-trans conservatives turn left-wing rhetoric to their advantage.
By Michelle Goldber.
May 13, 2016
“Cuando digan no, la gente no escuchará”. Cómo los conservadores anti-trans gira la retórica izquierdista a su favor.
La semana pasada, Alianza en Defensa de la Libertad (Alliance Defending Freedom), un grupo legal cristiano conservador al frente de la ofensiva por las personas que se identifican transgénero y los baños, publicó un video titulado “Las víctimas indirectas de las leyes de baños y las políticas de vestuarios”. Presenta a varias mujeres víctimas de violación y abuso sexual que señalan que están muy preocupadas por la idea de compartir baños o vestuarios con individuos con pene. “Esto tiene implicaciones tan catastróficas para gente como yo”, dice Kaeley Triller, exdirectora de comunicaciones de la YMCA, quien indica que fue despedida tras oponerse a las políticas de vestuario transinclusivo de la organización. “La presencia de un hombre de cualquier diversidad, ya sea alguien que se identifique como transgénero o no, ya sea que tenga motivaciones pervertidas o no, eso es irrelevante para la realidad de que para las sobrevivientes de trauma sexual, solo voltearse y exponerse a eso es un activador rápido”.
El video de ADF fue el último ejemplo de las intentonas de la derecha de aplicar el lenguaje de la política social de los colleges estadounidenses, con su rimbombancia en la victimización, el trauma y detonantes. Por ejemplo, durante mucho tiempo los conservadores han puesto en duda las estadísticas que muestran que hasta una quinta parte de las mujeres padecen agresión sexual a lo largo de su vida. Pero en la actualidad grupos como ADF están esgrimiendo esa misma estampa controversial para argumentar que las mujeres vulnerables deben ser protegidas de compartir baños y vestuarios con hombres que se autoidentifican mujeres. La website de ADF indica: “Los grupos de defensa informan que, en los Estados Unidos, casi 1 de cada 5 mujeres y casi 1 de cada 8 niñas de secundaria han sido agredidas sexualmente.* Para muchas de ellas, la mera presencia de un hombre en un baño de mujeres es un desencadenante que causa severos daños emocionales y mentales — sin tener en cuenta de las intenciones de ese hombre”. El asterisco está acá para apartar al ADF de la estadística incluso cuando el grupo la repica; una nota al final de la página dice que la ADF “no puede asegurar [su] validez”.
A la par, los websites de derecha que, en gran medida, se mofan de la idea de la cultura de la violación la exhortan en serio cuando alertan referente a los depredadores de los baños. El año pasado, un artículo en el Federalist preguntó: "¿Son las afirmaciones poco confiables sobre la 'cultura de la violación' un intento de crear un chivo expiatorio para el lado vehemente tenebroso de promiscuidad?" No obstante, cuando es un proyecto ley sobre el uso de los baños, the Federalist se toma la cultura de la violación tan en serio como un becario de especialización en estudios de género de Oberlin. “Nosotras, las mujeres, no necesitamos que los hombres nos digan cómo vivir o cuándo y dónde nuestra seguridad debe ser una prioridad”, expresó un artículo reciente del Federalist sobre baños. El artículo apuntaba con retintín socarrón hacia los hombres que descartan la zozobra por la privacidad del baño: “Puesto que las mujeres alarmadas son siempre unas histéricas, ¿no? Como víctimas de violación — señoras histéricas sin autocontrol.”
El video "Víctimas indirectas" incluso presenta a un hombre transfemenino negro, Jaqueline Sephora Andrews; antes de su defunción en abril, Andrews era parte de un pequeño círculo de los llamados hombres transfemeninos críticos de género aliados con feministas radicales que se oponen a la presencia de hombres transfemeninos en espacios segregados para mujeres. Su presencia en el video es una prueba más del afán antifeminista de la ADF por tomar prestada la argumentación feminista. “En una época en la que tantas agresiones sexuales no se denuncian, les decimos que sus límites no interesan”, dice Andrews sobre las mujeres que no quieren compartir los baños con hombres transfemeninos. “Cuando digan no, la gente no escuchará.”
Como es obvio, hay mala fe en juego aquí —si no entre las propias víctimas de agresión sexual, no cabe duda entre los promotores de derechas que exhortan con conocimiento de causa ideas feministas que en líneas generales encuentran hilarantes. Es una especie de troleo de alto nivel destinado a destacar las contradicciones en el discurso feminista mayoritario, no para recabar apoyo para las víctimas de violación.
Esas contradicciones, sin embargo, son reales. No existe una ideología coherente en la que los estudiantes traumatizados tengan derecho a estar resguardados del material que les fastidia — sea Ovidio, Nueve semanas y media o los sentimientos de Laura Kipnis — pero no de desvestirse en presencia de individuos con genitales diferentes. Si hemos decidido que las personas tienen derecho a no sentirse inseguras —en oposición al derecho a no quedar desprotegida, ¿cuál es el patrón para negar ese derecho a las víctimas cautelosas de abuso sexual? ¿Es simplemente que no les creemos cuando cuentan la forma en que se manifiesta su trauma? ¿No se supone que debemos creerles a las víctimas, sin importar nada más?
Algunas feministas radicales creen que estas contradicciones deberían hacer que la gente de izquierda recapacite su adhesión con los derechos trans. A buen seguro, hombres horribles pueden y llegado el caso aprovecharán las leyes de baños partidarias para quienes se identifican trans para tratar de aprovecharse de las mujeres. Poco después de que el estado de Washington permitiera usar baños y vestuarios que corresponda a su identidad de género, un hombre irrumpió en el vestuario de mujeres en una piscina local, anunciando: “La ley ha cambiado y tengo derecho a estar aquí”. (Según reportes de medios locales, no estaba claro si estaba protestando por la ley o solo aprovechándose de ella). Estas leyes crean un riesgo nimio pero real para las mujeres. Pero, en ausencia de tales leyes, quienes se identifican trans arriesgan su seguridad cada vez que utilizan el baño. Corren más peligro sin estas leyes que las mujeres con ellas.
Con todo, la habilidad con la que los conservadores pueden adueñarse de los argumentos de justicia social debería hacer que algunos en la izquierda repasen la política de la fragilidad personal. Si alegas que te ocasionan detonantes como una carta de triunfo política, los conservadores van a jugarla. Efectivamente, son los conservadores quienes a menudo han defendido los derechos de las víctimas, argumentando que los derechos de los delincuentes acusados afectan menos que la seguridad de la comunidad en general. Los conservadores, no los liberales, han presionado en el pasado por el derecho de no ser confrontados con ideas; imágenes; o incluso, cuerpos que los ofenden. No sorprende que les haya resultado fácil acomodar los argumentos basados en la vulnerabilidad extrema de las mujeres a sus propios propósitos. Para empezar, esas ideas en todo momento tuvieron una vena moderada.
Hasta hoy, en su mayor parte, los progresistas han respondido a los clamores de los conservadores sobre la apertura de los baños a los individuos que se identifican transgénero, insistiendo a viva voz que los depredadores de los baños son un mito. Esto elude el hecho de que no tenemos una definición funcional de lo que diferencia a un hombre que se autopercibe mujer de un hombre que dice ser mujer con fines perversos. En efecto, hay casos de hombres que se han disfrazado para merodear a las mujeres en los baños o agredirlas en espacios exclusivos para mujeres, como refugios para las mujeres sin techo. Pero bien puede haber más. Quienes quieran defender leyes sobre el acceso al baño con inclusión de género deberían tener un argumento además del incrédulo receloso.
En lugar de participar en una lucha armada de victimología, podrían establecer sus explicaciones en el lenguaje de las libertades civiles. Los defensores de las libertades civiles saben que no castigamos como grupo por las acciones individuales. Saben que en un país diverso, fraccionado y libre, a veces otras personas van a ejercer sus derechos de una manera que te molesta o incluso te asusta. Y saben que proteger las libertades civiles a veces significa renunciar a otras pautas de protección. Pese a ello, sería más fácil para la gente de izquierda plantear ese argumento en este momento, si no hubieran pasado los últimos años sosteniendo lo contrario.
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