https://www.newyorker.com/magazine/2014/08/04/woman-2
What Is a Woman?
The dispute
between radical feminism and transgenderism.
By Michelle
Goldberg
July 28, 2014
¿Qué es una
mujer? La disputa entre
el feminismo radical y el transgenerismo.
El 24 de mayo, unas cuantas
personas se reunieron en una sala de conferencias en la Biblioteca Central, un
centenario edificio de estilo del Renacimiento Georgiano en el centro de
Portland, Oregón, para un evento llamado Radfem Responde. La conferencia
había sido convocada por un grupo que quería defender dos posiciones que
constituye un anatema para gran parte de la izquierda. Primero, las
organizadoras esperaban refutar las acusaciones de que querer prohibir la prostitución
implica hostilidad hacia las mujeres prostitutas. Luego iban a tratar de
explicar por qué, en un momento en que los derechos de quienes se
autoidentifican transgénero están en ascenso, las feministas radicales instan
en considerar a los hombres transfemenino como hombres, a quienes no se les
debería permitir el uso de las instalaciones de mujeres, como los baños
públicos, o participar en eventos organizados en exclusiva para mujeres.
La
disputa comenzó hace más de cuarenta años, en el punto álgido de la segunda ola
del movimiento feminista. En una reyerta inicial, en 1973, la Conferencia
de Lesbianas de la Costa Oeste, en Los Ángeles, se dividió con consternación
por una presentación programada del cantante de folk Beth Elliott, quien era lo
que en aquel momento se llamaba transexual. Robin Morgan, la conferenciante
principal, dijo: No llamaré a un hombre "ella"; treinta y dos años de
padecimientos en esta sociedad androcéntrica, y sobreviviendo, me hecho
merecedora el título "Mujer”; caminas por la calle con un travestí, cinco
minutos siendo fastidiado (que tal vez disfruta), ¿y entonces osa, osa a pensar
que comprende nuestro pesar? No, en nombre de nuestras madres y en el nuestro,
no debemos llamarlo hermana.
Tales
puntos de vista ya son compartidos por pocas feministas, pero han conseguido
hacerse un hueco entre feministas radicales, que se vieron involucrados en una
enconada batalla con los individuos que se autoidentifican transgénero y sus
aliados. Los hombres transfemeninos dicen que son mujeres puesto que se sienten
mujeres — que, como algunos lo indican, tienen cerebros de mujeres en cuerpos
de hombres. Las feministas radicales rechazan de plano la idea de un “cerebro
femenino”. Creen que si las mujeres piensan y actúan de manera diferente a los
hombres es porque la sociedad las obliga a hacerlo, requiriendo que sean
sexualmente atractivas, cariñosas y corteses. En palabras de Lierre Keith,
ponente en Radfem Responde, la feminidad es “sumisión ritualizada.”
Según
esta perspectiva, sexo es menos una identidad que una posición de casta.
Cualquiera que haya nacido hombre conserva el privilegio de los hombres en la
sociedad; incluso si elige vivir como mujer — y, en consecuencia, aceptar una
posición social de subordinación — el hecho de que tenga una opción hace que
jamás podrá entender cómo realmente es ser mujer.
Por
ende, cuando un hombre que se identifica mujer exige ser aceptado como mujer,
simplemente ejerce otra forma del privilegio de hombre. Todo esto crispa a los
hombres que se identifican mujeres y a sus aliados, quienes señalan la
discriminación que sufren quienes se autoidentifcan transgénero; si bien el
feminismo radical está lejos de lograr todos sus objetivos, las mujeres han
ganado mucha más igualdad teórica que los individuos que se autoidentifican
trans.
En
la mayoría de los estados, es legal despedir a alguien por identificarse
transgénero y los autoidentificados transgénero no pueden trabajar para el
ejército. Una encuesta reciente realizada por el Grupo de Trabajo del Centro
Nacional para la Igualdad Transexual y la Organización Nacional de Gays y
Lesbianas encontró niveles excesivos de violencia y persecución contra las
personas que se identifican trans. 41% de los encuestados dijeron que
habían intentado suicidarse. Y al mismo tiempo, el transgenerismo crece en
poder y prestigio: una portada reciente de Time con el actor Laverne Cox se
titulaba “EL PUNTO DE INFLEXIÓN TRANSGÉNERO.”
La
propia palabra “transgénero”, que se generalizó por primera vez en la década de
los 90, abarca a mucha más gente que el término “transexual”. Incluye no solo
al grupo pequeño que buscan cirugía estética de reasignación — según
estimaciones citadas a menudo, más o menos uno de cada treinta mil hombres y
una de cada cien mil mujeres — sino también a quienes se hormonan o tan solo se
identifican con el sexo opuesto o, en algunos casos, con ambos o con ninguno.
(Según la encuesta del Centro Nacional, la mayoría de los hombres
transfemeninos han tomado hormonas, pero solo una cuarta parte de ellos se han
hecho cirugía genital).
La flexibilidad de la expresión
“transgénero” ha obligado a repensar lo que significa sexo y género; al menos
en los círculos de la progresía, lo que es decisivo no son los cromosomas
o genitales o la forma en que fueron criados, sino cómo se ven a sí
mismos. Habiendo rechazado esta suposición, las feministas radicales ahora se
encuentran en una posición que pocas habrían imaginado cuando empezó el
conflicto: rechazadas como reaccionarias en el bando equivocado de cuestiones
de derechos sexuales. Es, para ellas, una inversión política pasmosa.
Radfem Responde en un principio iba
a tener lugar al otro lado de la ciudad de la biblioteca, en un templo
cuáquero, pero los transactivistas lanzaron una petición en Change.org
exigiendo que se cancelara el evento. Dijeron que, al organizarlo, los
cuáqueros alienarían a quienes de identifican transgénero y “serían cómplices
de la violencia contra ellos”. Los cuáqueros, mencionando nerviosismo en su
comunidad, revocaron el compromiso.
No
era la primera vez que un evento de este tipo perdió un emplazamiento previsto.
La conferencia Radfem 2012 se iba a celebrar en Londres, en Conway Hall, que se
anuncia como “una plataforma para la libertad de expresión y el pensamiento
independiente”. Pero los transactivistas se opusieron tanto a la política de
Radfem exclusiva para mujeres — que se comprendió bien que los hombres
autopercibidos mujeres quedaban fuera— como a la participación la
participación de Sheila Jeffreys, profesora de ciencias políticas en la
Universidad de Melbourne. Jeffreys tenía previsto hablar sobre la prostitución,
pero desde hace mucho tiempo ella es crítica del transgenerismo, y los
empleados de Conway Hall decidieron que no podían permitir disertantes que
"estuviesen en conflicto con nuestro ética, principios y cultura".
Dicho con otras palabras, el evento tuvo lugar en una ubicación todavía
secreta; los organizadores escoltaron a las delegadas desde un punto de
encuentro cercano. Radfem 2013 también tuvo que cambiar de ubicación, al igual
que una reunión en Toronto el año pasado, llamada Radfem Levántate.
En respuesta, treinta y siete
feministas radicales, incluidas figuras significativas de la segunda ola, como
Ti-Grace Atkinson, Kathie Sarachild y Michele Wallace, firmaron una declaración
titulada "Discurso Prohibido: El Silenciamiento de la Crítica Feminista
por el Género", que precisó su “señal de alarma” ante “amenazas
y ataques, algunos de ellos físicos, contra personas y organizaciones que se
atreven a desafiar la concepción en este momento en boga de género”. Con
todo esto en mente, las organizadoras de Radfem Responde habían dispuesto el
espacio de la biblioteca como apoyo, pero luego una publicación en Portland
Indymedia anunció: Preguntamos a la administración de la biblioteca sobre
consentir un grupo de odio que promueve la discriminación y su respuesta es que
no pueden echarlas por la libertad de expresión. ¡Así que igualmente ejercemos
nuestro derecho a la libertad de expresión en el espacio público este sábado
para echar a los TERFS y Radfems de NUESTRA biblioteca y NUESTRO Portland!
(TERF significa “feminista radical transexcluente”. El término puede ser útil
para hacer una distinción con las feministas radicales que no comparten la
misma posición, pero aquellas a quienes se dirige lo consideran injuria).
Los reclamos abusivos proliferaron
en Twitter y, sobre todo, en Tumblr. Uno decía: "/matar/terfs 2K14".
Otro sugirió, "¿qué tal asesinar lenta y horripilantemente a terfs en
máquinas de tortura y armatostes con forma de sierra 2K14?". Un joven
bloguero que sostenía un cuchillo publicó un selfie con el título "Envíame
una terf". Tales amenazas se han vuelto tan frecuentes que las websites
feministas radicales han empezado a catalogarlas. “Es derecho del agraviado”,
me dijo Lierre Keith. “Están tan enfurecidos que no los veremos como mujeres”.
Keith es escritora y activista y dirige una pequeña granja de permacultura
(sistema de diseño agrícola, con relaciones su vez- social, político y
económico) en el norte de California. Tiene cuarenta y nueve años, el pelo
blanco bastante corto y de camisetas negras y vaqueros. Hace tres años, cofundó
el grupo ecofeminista Resistencia Verde Radical, que tiene como doscientos
miembros y vincula la opresión de la mujer a la rapiña del planeta.
La
D.G.R es insolentemente militante y se niega a condenar el uso de la violencia
al servicio de objetivos que considera justos. No obstante, en los círculos
radicales, lo que hace que el grupo sea de veras controvertido es su postura
sobre el sexo. Como lo ven sus miembros, una persona nacida con el privilegio
de los hombres no puede deshacerse de él mediante una cirugía, como tampoco una
persona blanca puede pretender una identidad afroamericana simplemente
oscureciendo su piel. Antes de que DGR cometiera su primera conferencia, en
2011, en Wisconsin, el grupo le informó a alguien en el proceso de
transición de hombre a mujer que no podía quedarse en los cuartos de mujeres.
“Dijimos, está bien si quieres venir, pero no, no vas a tener acceso a los
dormitorios de mujeres ni a los baños de mujeres”, me dijo Keith.
En febrero pasado, Keith iba a ser
la conferenciante principal en la Conferencia de Derecho Ambiental de Interés
Público, en la Universidad de Oregón, en Eugene, pero la administración estudiantil
votó para escarmentarla y más de mil personas firmaron una petición exigiendo
que la exposición fuese cancelada. En medio de amenazas de violencia, seis
policías escoltaron a Keith hasta el atril, si bien, al final, la protesta
resultó pacífica: algunos miembros de la conferencia salieron e hicieron un
mitin, dejándola hablar en una sala medio vacía.
Keith
pasó un buen rato en Radfem Responde, donde platicó sobre las diferencias entre
el radicalismo y el liberalismo. Dos chavales punk que desafían el género que
quizá estuvieran allí para protestar durante la larga sesión de apertura, sobre
la prostitución. Llegó un activista por los derechos de los hombres — luego
publicó clips socarrones de un video que había hecho a escondidas — pero no
dijo nada durante las sesiones. Varios hombres transfemeninos llegaron y
se sentaron en la parte de atrás, pero, a decir verdad, estaban allí para
expresar su solidaridad, habiendo decidido que las embestidas a las feministas
radicales estaban fuera de control y errados. Uno de ellos, un rubio delgado de
40 años del Área de la Bahía, que bloguea bajo el pseudónimo de
Snowflake-Especial, señaló que toda la violencia contra los hombres
transfemeninos de la que tiene constancia era cometida por hombres. "¿Por
qué no estamos peleando con ellos?", preguntó.
A pesar de esa asombrosa muestra de
apoyo, la mayoría de las conferenciantes se sintieron acorraladas. Heath Atom
Russell pronunció el discurso de clausura. Una mujer fuerte, con pelo turquesa
rizado y una sombra de barba azulina en sus mofletes, llevaba una camiseta que
decía "Sobreviví Al Veneno De La Testosterona". A sus veinticinco
años, ella es una “detrans”, una persona que una vez se identificó como hombre
pero ya no. (La estimación de los expertos sobre el número de personas que dan
marcha atrás a su transición fluctúa entre menos del 1% y hasta el 5%).
Russell, una lesbiana que creció en una familia bautista conservadora en el sur
de California, inició su transición a hombre como estudiante en la Universidad
Estatal de Humboldt y fue aceptada por grupos de derechos de género en el
campus. Empezó a tomar hormonas y cambió su nombre. Luego, en su último año,
descubrió “Unpacking Queer Politics (Desentrañando la política
queer)”, 2003, de Sheila Jeffreys, que critica el transexualismo de mujer a
hombre como capitulación a la misoginia.
Al principio, el libro irritó a
Russell, pero no podía dejar de lado las preguntas que planteaba sobre sí
misma. Había estado teniendo taquicardias, estaba sobre ascuas por las hormonas
que tomaba. Ni siquiera en ningún momento se autopercibió a como un hombre. En
un momento dado de su transición, se enrolló con un hombre transfemenino de
mediana edad. Russell sabía que se suponía que debía conceptuarse como un
hombre con una mujer, pero dijo: "No me sentía bien y estaba
aterrada". En su caso, se volvió a declarar mujer y feminista
radical, si bien eso significó ser castigada con ostracismo por muchos de sus
colegas. Ahora está comprometida con una mujer; alguien con una llave pintarrajeó
"tortillera" en el coche de su prometida.
Russell aparece en el nuevo libro
de Sheila Jeffreys, "Gender Hurts: el género daña. Un análisis feminista
de las políticas del transgenerismo". Jeffreys, de sesenta y seis años,
tiene el pelo corto blanco y rostro envejecido. Ha enseñado en la Universidad
de Melbourne durante veintitrés años, pero creció en Londres y ha sido referida
como la Andrea Dworkin del Reino Unido. Ya ha escrito nueve libros, todos se
centran en la subyugación sexual de las mujeres, sea atravesando la violación,
el incesto, la pornografía, la prostitución o los cánones de belleza
occidentales. Al igual que Dworkin, es vista como una semidiosa por un grupo de
partidarias de ideas afines y como una fanática por otros. En 2005, en una
pieza de embeleso en The Guardian, Julie Bindel escribió: “Jeffreys ve la
sexualidad como la base de la opresión de las mujeres por parte de los hombres,
de la misma manera que Marx vio el capitalismo como la plaga de la clase
obrera. Esta creencia inalterable le ha hecho muchos enemigos. La teórica
posmoderna Judith Halberstam dijo una vez: "Si Sheila Jeffreys no
existiera, Camille Paglia habría tenido que inventarla".”
En ocho secciones poderosas (la
mitad de ellos escritos con Lorene Gottschalk, ex estudiante de doctorado de
Jeffreys), "El Género Daña" ofrece la primera obra completa de
Jeffreys sobre el transgenerismo. Por lo general, me dijo Jeffreys, presentaría
la publicación de un nuevo libro con un evento en la universidad, pero esta vez
la seguridad del campus indicó lo contrario. De igual forma ha quitado su
nombre de la puerta de su oficina. Ella dio una charla en Londres este mes,
pero fue solo por invitación.
En
el libro, Jeffreys llama “sobrevivientes” a los detrans como Russell, y los cita
como realidad de que el transexualismo no es inalterable y, por lo tanto, no
justifica una intervención médica radical. (Ella considera que la cirugía de
reasignación es una forma de mutilación). “El fenómeno del arrepentimiento mina
la idea de que existe un tipo particular de persona que es genuina y por
naturaleza transgénero y que los psiquiatras pueden identificar con exactitud”,
escribe. “Es del todo volátil para el proyecto transgénero”. Ella cita como
testimonio el caso de Bradley Cooper, quien, en 2011, a los 17 años, se
convirtió en el paciente de reasignación más joven de Gran Bretaña, enseguida
se arrepintió públicamente de su transición al año siguiente y volvió a vivir
como un chaval. Jeffreys está muy angustiada por los médicos en Europa, Australia,
y Estados Unidos que receten a las criaturas que se identifican transgénero con
procedimientos para retrasar la pubertad, que les impiden desarrollar
características sexuales no deseadas y con unos resultados de esterilización.
A lo largo del libro, Jeffreys
insiste en utilizar pronombres masculinos para referirse a hombres
transfemeninos y femeninos para referirse a mujeres transmasculinos. “El uso
por parte de hombres de pronombres femeninos oculta
el privilegio de los hombres otorgado a ellos en
virtud de haber sido colocados y criados en la casta sexual
masculina”, escribe. Para sus críticos, el libro se vuelve especialmente
execrable cuando trata de informar de la realidad de las personas que se
autoidentifican transgénero. Hablar de la transición de mujer a hombre es
bastante fácil para ella (y para otras feministas radicales): las mujeres
buscan convertirse en hombres para ensalzar su estatus en un sistema sexista.
Se cita a Heath Atom Russell, por ejemplo, endosando su viejo deseo de convertirse
en hombre a la ausencia de una "mujer orgullosa de la amorosa
cultura".
Pero, si eso es cierto, ¿por qué los hombres se rebajarían a sí mismos a la
condición de mujer? Por razones de fetichismo sexual, dice Jeffreys. Ella
ratifica su tesis con las teorías harto controvertidas de Ray Blanchard,
profesor retirado de psiquiatría en la Universidad de Toronto, y el trabajo
relacionado de J. Michael Bailey, profesor de psicología en la Universidad
Northwestern. En contra a lo que muchos creen, dice Blanchard, la mayoría de
los hombres que se identifican mujeres en Occidente se inician no como gays
afeminados, sino como hombres heterosexuales o bisexuales, y al principio están
motivados por la compulsión erótica más que por una identidad femínea
imaginada. “El eje es que es muy apasionante para los hombres imaginarse a sí
mismos con pechos de mujeres, o pechos de mujeres y una vulva”, me dijo. Para
describir el síndrome, Blanchard acuñó el término “autoginefilia,” que quiere
decir excitación sexual ante la idea de uno mismo como mujer.
Blanchard está lejos de ser
feminista radical. Él cree que la cirugía de reasignación puede aplacar el
sufrimiento psicológico; incluso ha aconsejado que se someten a ella. Además
acepta la opinión usual de que los cerebros de los hombres difieren de los
cerebros de las mujeres en formas que afectan el comportamiento. Con todo,
Jeffreys opina que el trabajo de Blanchard y Bailey muestra que cuando los
hombres transfemeninos demandan ser aceptados como mujeres, buscan complacer una
fijación erótica.
La última vez que una feminista de
cualquier posición publicó un ataque contra el transgenerismo tan incisivo como
"Gender Hurts" fue en 1979, cuando Janice Raymond produjo “El imperio
transexual: La construcción del Mujhombre (Transsexual Empire: The
Making of the She-Male; también lo encontramos como El imperio transexual: la
creación del transexual)”.
Raymond era una ex novicia lesbiana
estudiante de doctorado de la teóloga feminista radical Mary Daly, en la
facultad de Boston. Inspirada por el movimiento de salud de la mujer, Raymond
enmarcó gran parte de "El imperio transexual" como una crítica de una
sociedad médica y psiquiátrica patriarcal. Aún así, el libro fue a menudo
febril, en particular con respecto a los hombres que se autoidentifican como
mujeres homosexuales. “Todos los transexuales vulneran los cuerpos de las
mujeres al reducir la forma femenina real a un artefacto, apropiándose de este
cuerpo”, escribió Raymond. “No obstante, el hombre autopercibido lesbiana quebranta
la sexualidad y el espíritu de las mujeres”.
Es
una medida de cuánto han cambiado las apreciaciones en los últimos treinta y
cinco años que “El imperio transexual” recibió un trato respetuoso, incluso de
admiración, en los principales medios de comunicación, a diferencia de “Gender
Hurts”, que ha sido ignorada en gran medida. Al revisar "The Transsexual
Empire" en el Times, el psiquiatra Thomas Szasz lo consideró
"impecable". Raymond, escribió, “ha aprovechado correctamente el transexualismo
como un emblema del eterno — si bien cada vez más velado — antifeminismo de la
sociedad moderna”.
Uno de los transfemeninos sobre los
que Raymond escribió fue Sandy Stone, un artista performativo y académico que
este otoño enseñará artes digitales y nuevos medios en la Universidad de
California, Santa Cruz. Cuando se publicó el libro de Raymond, Stone era
ingeniero de grabación en Olivia Records, un colectivo musical de mujeres en
Los Ángeles. A finales de los sesenta, después de graduarse de la universidad,
y cuando todavía vivía como hombre, consiguió un trabajo en el famoso estudio
de grabación Record Plant de Nueva York, donde trabajó con Jimi Hendrix y la
Velvet Underground. (Durante un tiempo, durmió en el sótano del estudio, sobre
una pila de ponchos de Hendrix). Se mudó a la costa oeste y transicionó en
1974. Olivia se le acercó poco más tarde; resultaba difícil encontrar
ingenieros experimentados.
Stone se convirtió en miembro del
colectivo al año siguiente y se trasladó a una casa comunal que se alquilaba,
donde era el único hombre transfemenino entre una docena de otras lesbianas.
Según “The Transexual Empire”, su presencia fue una gran fuente de controversia
en los círculos lesbianas-feministas, pero Stone insiste en que fue Raymond
quien creó el la desacuerdo. “Cuando salió el libro, nos inundaron los correos
de odio”, apunta Stone. “Hasta ese momento, éramos campistas muy felices,
creando nuestra música y forjando nuestro trabajo político”.
Stone
recibió amenazas de muerte, pero, al final, fue el ultimátum de un boicot lo
que lo echó del colectivo. Con el tiempo logró un doctorado en filosofía en
Santa Cruz. En 1987,
Stone escribió un ensayo, "El imperio contraataca:
un manifiesto postransexual (The Empire Strikes Back: A Posttranssexual
Manifesto)", que es estimado como el texto fundacional de los estudios
transgénero. Aún se enseña en todo el mundo; está a punto de publicarse una
segunda edición en francés y Stone ha recibido una solicitud para aprobar una
traducción al catalán.
La última vez que Janice Raymond
escribió sobre asuntos transgénero fue en 1994, para un nuevo prólogo a “El
imperio transexual”. Desde entonces, se ha centrado en el tráfico sexual y, en
agosto pasado, una delegación del gobierno noruego la invitó a Oslo para hablar
en un panel sobre la legislación sobre prostitución. Sin embargo, cuando llegó,
un funcionario le informó que había sido cancelada; una carta al editor de un
importante periódico noruego la acusaba de transfobia. Raymond dice que cosas
parecidas “han ocurrido con mucha más asiduidad en los últimos dos años”.
El cambio más dramático en la
percepción del transgenerismo se puede ver en la academia. En especial en las
universidades de artes liberales, ahora se les pregunta rutinariamente a los
estudiantes con qué pronombre de género preferirían que se les dirigiera: las
opciones pueden incluir "ze", "ou", "hir",
"ellos" o incluso "esto". Hace una década, ninguna
universidad brindaba un plan de salud estudiantil que cubriera la cirugía de
reasignación. Hoy, docenas lo hacen, incluidas Harvard, Brown, Duke, Yale,
Stanford y las facultades de la Universidad de California.
Hay jóvenes feministas radicales críticas al transgenerismo,
como Heath Atom Russell y Rachel Ivey, de veinticuatro años, que fue una de las
organizadoras de Radfem Responde, pero son las primeras en admitir que son una
minoría. “Si hoy en día tuviera que explicar en una clase típica de estudios de
la mujer, 'Las mujeres están oprimidas sobre la base de la reproducción', me
llamarían al orden”, dice Ivey. Otros estudiantes, añade, preguntarían:
"¿Qué hay de las mujeres que son hombres?"
Eso podría ser una exageración,
pero una baladí. Los miembros de la junta del Fondo de Acceso al Aborto de
Nueva York, un grupo de voluntarias que ayuda a sufragar los abortos para
quienes no pueden pagarlos, son en su mayoría mujeres jóvenes; Alison Turkos,
la copresidenta del grupo, tiene veintiséis años. En mayo votaron por
unanimidad dejar de emplear la palabra “mujeres” cuando se habla de
embarazadas, para no exceptuar a las mujeres que se sienten hombres.
“Reconocemos que las personas que se identifican como hombres pueden quedar
embarazadas e inquirir abortos”, dice la nueva Declaración de Valores del
grupo.
Una petición de Change.org pide a
NARAL y Planificación familiar que adopten un lenguaje inclusivo. Critica en
concreto el hashtag #Apoyemos a las mujeres de Texas (#StandWithTexasWomen),
que redundó en Twitter durante la treta obstruccionista de la senadora Wendy
Davis contra un proyecto de ley contra el aborto en su estado, y la frase
"Confía en las mujeres", que fue el eslogan de George Tiller, médico
y proveedor de servicios de aborto asesinado en Wichita en 2009.
Para ciertas activistas más
jóvenes, parece innegable que cualquiera que se oponga a tales cambios
simplemente se aferra al privilegio inherente de ser cisgénero, una palabra
popularizada en los 90 para referirse a cualquiera que no se autoidentifique
transgénero. Alison Turkos ha escuchado quejas de que el nuevo lenguaje
oscurece el hecho de que las mujeres son de manera aplastante las más afectadas
por los ataques políticos actuales contra los derechos reproductivos. Dice:
"Puede que no sea agradable, pero es importante crear un espacio para más
personas a las que a menudo se les niega el espacio y la visibilidad".
Las feministas más mayores que
todavía no han arrogado esta forma de deliberar pueden verse experimentado un
latigazo ideológico. Sara St. Martin Lynne, una cineasta y productora de videos
de Oakland de cuarenta años, me dijo: "Cuando vienes de un entorno de
emancipación e izquierda, quieres estar en el lado correcto de la
historia", y la disputa "te pone a prueba.” El año pasado, se le
pidió que renunciara a la junta del Campamento de Rock para Chicas del Área de
la Bahía, una organización sin ánimo de lucro que "potencia a las niñas
por medio de la música", debido a su participación en el Festival de
Música para Mujeres de Michigan, que se anuncia como programa solo para
“quienes han nacido mujeres”.
Michfest, como se le llama, se lleva
a cabo cada agosto, en 650
acres de tierra en los bosques al este del lago
Michigan. Lisa Vogel lo creó en 1976, cuando era una estudiante de 19 años de
la Universidad Central de Michigan, y todavía lo dirige. La música, dice Vogel,
es solo una parte de lo que hace que Michfest sea elemental. Cada año, varios
miles de mujeres acampan allí y se encuentran, durante una semana, siendo un
matriarcado. La comida se guisa en carpas cocina y se come en comunidad. Hay
talleres y clases. Algunas mujeres llevan disfraces singulares; otras nada en
absoluto. Hay atención gratuita a los niños y un equipo para ayudar a las
mujeres discapacitadas que por lo general no pueden ir de campamento. Vogel
describe la filosofía de la administración a modo de “Cómo se vería una ciudad
si en verdad asumiéramos decidir qué es importante.”
Me explicó: “Hay algo que
experimento en la tierra cuando camino de noche sin una linterna en el bosque y
reconozco que en ese instante me siento por completo segura. Y no hay otro
lugar donde pueda hacer eso”. Continuó: “Si mañana dijéramos que todos son
bienvenidos, estoy segura de que seguiría siendo un evento fabuloso, pero esa
pieza que permite a las mujeres bajar la guardia y sentir ese sentido tan
profundo de liberación básico sería otro, y de eso se trata”.
Para los transactivistas, la
postura de Vogel está cargada de cálculos ofensivos: que los hombres
transfemeninos son por su naturaleza diferentes de las mujeres y que son
peligrosos. “El tropo de los hombres transfemeninos” que constituye “una
amenaza para los espacios de las mujeres ha sido proyectado por continuamente”,
me dijo Julia Serano. Para él, es como si heterosexuales se negaran a compartir
un vestuario con gays o lesbianas. Serano, de cuarenta y seis años, es biólogo
de formación y al día de hoy pasa la mayor parte de su tiempo escribiendo y
hablando sobre temas transgénero y feminismo; el año pasado, dio conferencias
en escuelas como Brown, Stanford, Smith y Cornell. (Sheila Jeffreys lo aborda
en “Gender Hurts”, utilizando detalles autobiográficos del primer libro de
Serano, “Whipping girl: El sexismo y la demonización de la feminidad desde
el punto de vista de una mujer trans — Whipping Girl: A Transexual Woman on
Sexism and the Scapegoating of Femininity” —, (2007), para pintarla como una
autogineófila que quiere "reinventar el 'feminismo' para adaptarse a sus
intereses eróticos.”)
En
el verano de 2003, Serano se unió a unas cien personas en Camp Trans, un
campamento protesta cerca de la zona de Michfest, que ha funcionado de manera
intermitente desde 1994. Serano dijo que las relaciones con las asistentes de
Michfest a menudo eran afables. Con todo, hace algunos años, dice Vogel,
algunos manifestantes cometieron actos de vandalismo: robar cables eléctricos,
cortar tuberías de agua, maniobrar coches en el aparcamiento y pintarrajear con
aerosol un pene de seis pies, y las palabras "Las mujeres de verdad tienen
pollas"”, en el costado de la carpa de la cocina principal. Desde
entonces, como en el caso de Olivia Records, las manifestaciones han sido
reemplazadas por una campaña de boicot. El año pasado, las Indigo Girls,
habituales desde hace mucho tiempo en Michfest, anunciaron que no volverían a
aparecer hasta que el evento fuera transinclusivo. Este año, cabezas de cartel programados,
Hunter Valentine, se retiraron por la misma razón. Los artistas que aparecen
afrontan sus críticas y boicots; la cantante de funk Shelley Nicole dice que su
banda fue excluida de un espectáculo en Brooklyn ya que tocará en Michfest el
próximo mes.
Antes
de que le pidieran a Sara St. Martin Lynne que dejara la junta del Campamento
de Rock para Chicas del Área de la Bahía, no se había identificado de cerca con
el feminismo radical. Sin embargo, a medida que la campaña contra Michfest — y
contra el feminismo radical en su totalidad— ha crecido, a ella se ha metido en
la cabeza mantener el evento como "mujeres nacidas mujeres". Indicó:
"Este momento en el que estamos perdiendo la capacidad de decir la palabra
'mujer' o reconocer el hecho de que nacer mujer otorga sentido y sus
consecuencias es un poco intenso para mí".
Uno de los hombres transfemeninos que se presentó en la conferencia Radfem Responde,
ingeniero de software de California de treinta y cinco años, con un
imperceptible pendiente en la nariz y largo cabello castaño, está de acuerdo.
Entiende por qué los hombres transfemeninos se
sienten heridos por su exclusión de Michfest y otros eventos e servicios
básicos solo para mujeres, y dice: “Realmente no es querer invadir el espacio.
Es un deseo profundamente arraigado de pertenecer”. Pero, añade, "si te
identificas con las mujeres, ¿no deberías empatizar con las mujeres?".
Sandy
Stone comparte esta opinión — hasta cierto punto. Sobre el enfoque de las
feministas radicales, dice: "Es mi creencia personal, después de hablar
extensamente con algunas de estas personas, que proviene de haber estado sujeta
a un trauma grave a manos de un hombre o varios hombres". Añade: “Tienes
que respetar eso. Esa es su experiencia del mundo”. Pero el dolor de las feministas
radicales, insiste, no puede triunfar sobre los derechos de las personas que se
identifican trans. “Si fuera un mundo perfecto, hallaríamos formas de
aproximarnos y encontrar formas de alivio mutuo”, dice. Pero, tal como están
las cosas, “tendré que decir, es su lugar mantenerse fuera de los espacios
donde van quienes se identifican de hombre a mujer. No es nuestro
trabajo evitarte.”
Publicado
en la edición impresa del número del 4 de agosto de 2014.